Oscar Hernández MontenegroLeyendo los comentarios que aquí se publican es fácil darse cuenta de que los colombianos no nos merecemos ni de lejos la paz que tanto deseamos.
Los colombianos, que se supone somos del mismo bando, vivimos mostrándonos los dientes entre nosotros mismos, matándonos por tener la razón y joder a quien piense diferente con frases mal habidas y cargadas de veneno.
¿Así cuál paz? No se trata de apoyar a Santos o a Uribe, sino de encontrar una solución, de respaldar las iniciativas encaminadas hacia ese objetivo, así sean hechas a las patadas; de dejar de comportarnos como niños caprichosos y cultivar la paz desde nuestros hogares, con nuestros seres queridos, con vecinos, con amigos, y por supuesto, con quienes ven la realidad distinto a como la percibimos.
Durante todo este camino se ha demostrado con tristeza que no somos capaces de perdonar, de ofrecer una vía distinta a quien por la razón que fuere escogió el camino de la violencia.
Es raro hablar de paz cuando los ex-guerrilleros y los ex-paramilitares tiene que ocultar su identidad para que no los boten del trabajo que tanto les costó conseguir. Ellos desean cambiar, ser útiles a la sociedad que maltrataron, reparar en algo sus faltas, pero los «colombianos de bien» somos rencorosos, cerramos ese chance de cambio con un portazo, tenemos sed de sangre, de venganza, y solo nos importan muertos porque nos quedó grande ayudar al hermano que equivocó su camino, demostrarle que sí podemos tender la mano, si podemos hacer la diferencia y sí podemos comportarnos diferente al enemigo.
Pero ese es el país que nos gusta, lleno de odio, de ver cómo el otro cae para humillarlo con frases desobligantes, solucionar problemas «alomalditasea», balazo y pal' río, secuestrando, matando, violando...
Si este proceso de paz se acaba, todos los colombianos somos culpables, desde Santos por hacerlo mal hecho y desencajado de la realidad, hasta Uribe por ponerle trabas sin descanso y sin tampoco proponer alternativas pacificas.
Una lástima.