Pues me acabo de encontrar con una historia de Daniel Samper muy a su estilo y muy divertida:
"Fantasmas
Leo en un recorte acerca de un congreso de espiritistas en Bogotá, y me parece mentira que alguien crea en esta clase de tonterías. Increíble. Me asomo a la ventana. El sol resplandece, la gente camina por la calle, hay niños que juegan, carros que pitan y muchachas en suculentas ombligueras. ¡Cómo puede alguien creer en espantos y bobadas de esas en un día como hoy!
Mi mujer me llama. Acudo a la alcoba. Quiere mi opinión sobre un vestido que usará esta noche en una comida de antiguas condiscípulas. Está radiante. Ambos le quedan de maravilla. Piensa llevar un álbum de fotos del colegio, donde abundan las trenzas y las medias tobilleras. Va a ser una reunión divertidísima. Lástima que no lleven maridos. ¡Cómo puede alguien pensar en fantasmas ante semejante perspectiva de carcajadas y recuerdos!
Vuelvo a mi mesa y releo el recorte. Habla de comunicaciones con los muertos; de intermediarios para contactar almas en pena; de un tal Allan Kardec que platicaba con los difuntos famosos; de otro señor según el cual cuando se produce un aborto el espíritu del nonato “entra en estado de vibración y de rabia con la mamá”. ¡No puede ser posible tanta sandez!
Decido que es un buen tema para mi columna. Me siento ante el teclado y empiezo: “Los fantasmas no existen. Hagan el favor de no creer en espantos...”. Pero tengo que cortar, porque se me hace tarde para una conferencia a la que quiero asistir.
Suspendo el artículo. Terminaré por la noche.
Buena conferencia. Acabo de ver el último noticiero y me dispongo a terminar la columna. Mi mujer debe de estarse divirtiendo como una enana en su fiesta de condiscípulas. Miro por la ventana. La noche ha caído sobre la ciudad. Está vacía la calle y no se oye un solo ruido en la casa desierta. Apenas un leve viento que azota las ventanas.
Como venía diciendo: “Hagan el favor de no creer en espantos. Los muertos no pierden su tiempo en chatear con los vivos. Ni mucho menos en asustarlos. Eso de las almas en pena es idiotez de tiempos oscuros. Ya hasta el Papa dijo que el infierno no existía. Además, ¿cómo puede penar un alma, si no tiene cuerpo? Dizque los pecadores están condenados al fuego eterno. ¿Y les importa algo? El fuego quema la materia, no los espíritus. Eso de las almas que sufren son pendejadas del tal Kardec…”
Perdón. Me pareció oír un ruido en la sala. ¿El viento? No. Es algo diferente. Algo como un… caray, me da un poco de susto decirlo. En fin, algo como un quejido. Podría ser una gata en celo, Dios quiera. Je je. Voy y miro. La sala está completamente oscura. Cuando enciendo la luz, el bombillo titila un instante y luego se funde. Hombre, esto está un poco raro. Raro pero nada más. Una coincidencia. Regreso a mi artículo. Un poco inquieto, lo acepto.
Quizás he sido demasiado contundente. Tacho y reescribo: “Hagan el favor de dudar acerca de la existencia de los espantos”. Así está mejor. Siempre es bueno dudar. Lo decía Descartes. Espere, espere… Diría que ahora escuché el gemido en el cuarto donde trabajo. Y no era una gata. Pero, ¿qué pasa? ¿Me estoy asustando? Ni más faltaba. Los espíritus no existen. O, bueno, sí existen, pero no regresan a este valle de lágrimas. Siento que necesito la compañía del televisor. Clic. El control remoto no funciona. Han de ser las pilas. Me niego a sospechar que hay algo macabro detrás de tanta falla. Lo de la luz de la sala es pura coincidencia. De todos modos, tal vez valga la pena aceptar que son interesantes las tesis del señor Kardec. “Profesor” Kardec. Sí, mejor “profesor”.
Vuelvo a comenzar: “¿Existen los fantasmas? Respetables tesis afirman que no, pues parece difícil creer que las almas en pena…”
¿¡Quién me tocó, carajo!? Juraría que un dedo me rozó el hombro derecho. Calma. Estoy nervioso. Todo esto es absurdo. Reescribo: “Claro que existen los espantos. No todos tenemos el privilegio de que nos visiten, y sin embargo…”
Acaba de apagarse la pantalla del computador. Corro a la puerta, cojo un taxi y salgo en busca de mi mujer."