bueno encontre un articulo que me parecio de buen humor "aclaro que soy costeño y no tengo nada en contra de ninguno de nuestro hermoso pais solo es para reirnos un rato"
Contra los rolos
Por: ADOLFO ZABLEH (COSTEÑO)
¡Qué oportunidad, qué momento! Ya sé que van a decir que cuán miserable se tiene que ser para despotricar de la región que le ha dado de comer a uno durante quince años. Precisamente por haber mamado durante década y media de esa gran ************ que es Bogotá, puedo decir exactamente a qué sabe su leche.
Porque esa es la especialidad de la región andina: importar cualquier cosa que no dé la tierra. Igual no se les puede culpar por sus limitaciones; sabido es que la falta de oxígeno por causa de la altura produce taras irreversibles. A mí me gusta llamarles "cachacadas" y hay algunas inofensivas, mientras otras son sencillamente funestas. Vamos a ir in crescendo, como si estuviéramos haciendo un viaje de Barranquilla a Bogotá en carro.
Cachacada es ponerle a todo edificio, colegio o barrio nombre de árbol, pero siempre en plural: Los pinos, Los alcaparros, Álamos, Los robles, Cedritos (en diminutivo, más aberrante aún). El primer edificio al que entré en Bogotá se llamaba "Madrigal de las Altas Torres", era una sola torre y tenía apenas cuatro pisos.
Cachacada es que sean Bogotá y China los lugares del mundo donde más se utiliza la letra ch. Changua, chiras, chafarote, chinelas, chulavita, chupa, chiflamica, carachas, chirriado, chusco, filipichín, cachifo y chino hacen parte de un vocabulario mojigato que no acabo de entender. Al mal olor de la axila le dicen chucha, cuando chucha es la parte de la mujer por donde venimos al mundo.
Con ch también está el chupico, postre hediondo entre el menú de postres hediondos que comen en el centro del país: brevas con arequipe, casquitos de guayaba con queso, arroz con leche, merengón, repollitas de crema, milhojas, dulce de papayuela, postre de natas. Mutantes gastronómicos que han hecho de Cundinamarca y sus alrededores un pueblo mal nutrido pese a que come cinco veces al día: desayuno, medias nueves, almuerzo, onces y cena.
Se creen los paladines del idioma y no sé con qué derecho afirman hablar el mejor español del mundo. Les da miedo llamar a las cosas por su nombre, dicen pompis, busto y fote y se sonrojan cuando uno las llama por su nombre: ************, *************** y peo. Con el privilegio que les da haber nacido en la "Atenas suramericana" califican de "guisas" palabras como cabello, colocar, escuchar y pieza, todas expresiones correctas, pero se han dado licencia para inventar palabras y decir que algo es "una soda", que el gordo del curso es "una ceba", que el ex novio de la amiga es un "güevón", que dónde quedó el "esfero" y que oiga, usted "no se cole", cuando todos sabemos que el verbo colar se conjuga igual que el verbo volar.
Esa gente que trata al resto de los colombianos como si fuéramos arrimados en esta tierra es la culpable de que alguna vez haya existido el Plan 25 de Sam y que en las ciudades con mar haya hoteles con planes "todo incluido". Es que no se contentan con haber hecho de Melgar y Girardot una melcocha invivible. En las discotecas de esos dos pueblos se creó la costumbre de bailar merengue dándole vueltas a la pareja; no hay persona más corroncha que un cachaco corroncho.
El fútbol de la capital es capítulo aparte, comenzando por su estadio, El Campín, escenario feo y destartalado. En más de medio siglo Cundinamarca ha parido solo a Alfonso Cañón y Ernesto Díaz, y hoy sacan pecho por Andrés Chitiva, que es apenas un buen jugador. ¿Quién dijo que los chibchas juegan fútbol? De todas las regiones del país han llegado para mostrarles cómo se juega y el "Ballet azul" de Millonarios del que tanto se vanaglorian estaba conformado por diez extranjeros y un paisa.
Pero la tierra no es solo estéril en fútbol, también lo es en música. El mundo conoce a Shakira, Juanes, Carlos Vives, todos nacidos en cualquier lugar, menos en el altiplano cundiboyacense, accidente geográfico que le ha aportado al mundo ritmos como la guabina y el pasillo (la risa que me daría ver unos premios Grammy con La gata golosa como gran ganadora) y grupos de "tropipop" —que hoy están, pero mañana no sabemos— tipo Mauricio & Palodeagua, Fonseca y Sin Ánimo de Lucro, conformados por unos cachaquitos de estrato seis cuyo ancestro costeño más cercano es el tatarabuelo del primo segundo de la mamá del que toca el acordeón.
Se las dan de ser la capital porque los españoles que llegaron detrás del oro se asentaron donde el metal era más abundante. ¿De qué otra forma se explica que la ciudad más importante de la Conquista estuviera en un lugar tan inaccesible para la época? Y claro, se vanaglorian de tener ancestros en la Madre Patria, que tuvo la gentileza de mandar a estos lados lo peor de su sociedad y convertirlos en miembros de una realeza de segundo orden. Así, alguien que sea Ponce de León no tolera que le digan Ponce a secas (mi amiga Susana me va a matar).
Siempre han querido ser más de lo que son. Por eso juegan bridge en vez de dominó, les ponen a sus clubes nombres de otros que existen en Europa y construyeron sus aristocráticas casas al estilo inglés, con techos a la espera de nieves que nunca llegaron. Se quejan de la corrupción de los políticos costeños, pero los rolos llevan dos siglos desangrando al país desde los puestos más altos, y eso que les ha tocado administrar abundancia. ¿Qué tal si esos falsos dandis hubieran nacido en Haití?
Varias costumbres no me gustan de los cachacos, pero dos en especial me exasperan: que tomen gaseosa al clima (y que en algunos lugares cobren más por la fría que por la caliente) y que muchos de clase alta le digan al papá y la mamá "papá y mamá", capándole el artículo que debe precederlos. Explico mediante diálogo ficticio:
— ¿Puedo comerme ese chupico?".
— "Ni se te ocurra, lo hice para papá".
Una cosa sí les debo alabar: las mujeres. Yo no sería capaz de estar con una costeña, con una paisa, con una caleña, menos con una llanera. Me desvivo por las bogotanas. Son unas arpías calculadoras y muchas nacieron sin ************, pero me encantan (mi novia me va a matar y no sé si algún día vaya a querer casarse conmigo).
Contra los paisas
Por: JUAN ANDRÉS VALENCIA (CALEÑO)
Mis reparos contra los nacidos en Antioquia se deben, entre otras cosas, a que se parecen mucho a los frisoles que tanto les gustan: en medio de su berraquera son blandos como el grano y cuando se juntan en abundancia se "hogan" en su caldo de arribismo gaseoso. Y es precisamente esa falsa creencia de que son la última garra de la frijolada lo que más detesto. ¿Ejemplos? Muchísimos, como el hecho de hacernos creer al resto de colombianos que a ellos les iría mejor si se independizaran, según lo sugerían cuando impulsaron aquella estéril campaña de su Antioquia Federal.
Y la embarraron cuando decidieron colonizar el Viejo Caldas. ¿A quién se le ocurre esparcir semillas en un terruño feo, frío y faldudo? Semejante comportamiento, por supuesto, ya estaba dejando entrever la idea que ellos tienen de desarrollo urbanístico: ¿cómo pueden considerar emblemático al Edificio Coltejer, un bloque de cemento que simula tener una tienda de camping en el último piso y un poncho largo y desteñido que lo cubre? Además, es el colmo que se enorgullezcan de su ascensor acostado que moviliza a miles de paisas enlatados (la versión criolla de un tarro de Campbell's Mondongo) y, sobre todo, de la estación construida en el Parque de Berrío, justo encima de una escultura de Fernando Botero. Por simple ley de transitividad se debería cambiar ese muy común dicho de las tierras de Montecristo según el cual "yo soy tan paisa que nací en el Parque de Berrío", por el de "yo soy tan paisa que nací debajo del ************ fofo de una gorda de Botero".
Lo peor es que se exalten por un par de "paisas notables" en el exterior, como Juanes y Camilo Villegas. El primero es aclamado por letras tan profundas como "tu piel tiene el color de un rojo atardecer" y el mayor logro del segundo, nuevo arrendatario de la fama, es tirarse al piso como una lagartija al acecho y estar en el puesto 57 del ránking del PGA Tour. Pero bueno, ahí están los dos, dándose el roce internacional, solo porque siempre tiene que haber paisas en todos lados. ¿O a quién no le ha tocado en la universidad, en el trabajo o incluso en un partido de fútbol tener que aguantarse a un paisa que se cree lo mejor y a quien, en efecto, lo apodan "Paisa"? Porque esa es otra cuestión: siempre empiezan solos —"antioqueño no se vara", dicen ellos— y terminan multiplicándose como el ébola. Montan su empresita tiránica con mucho "éxito" y se dedican a fastidiar a quien no sea de allá o, lo que es peor, ni los contratan.
Claro que hay que reconocer que son buenísimos para formar todo tipo de instituciones: desde equipos campeones de copas libertadores, pasando por sindicatos antioqueños, hasta las temidas empresas de cobro. Y siempre las forman de manera vilmente contestataria, haciendo mucha bulla y dejando sus pechos colorados al descubierto. No de otra forma se explica su afán competitivo y de protagonismo a mansalva. El América de Cali lo estaba ganando todo en los años 80 y 90, y ellos crearon su rosca en la selección nacional y se la tiraron para siempre. Buenaventura siempre ha sido el principal puerto colombiano, pero ellos quieren construir uno mejor en Tribugá. Las caleñas son como las flores, pero ellos tuvieron que crear la cultura de la mujer ensiliconada y de acento sospechosamente inocente.
Podría seguir escribiendo mil razones más por las que los paisas se me hacen insufribles. Pero sí hay algo que no puedo dejar pasar por alto y es la tristeza de que los habitantes del norte de mi departamento también se crean paisas. Y a lo mejor lo son, pues sus genes los delatan: allá está enclavado el Cartel del Norte del Valle, de donde han salido los peores bandidos de los últimos años.
Contra los costeños
Por: ANDRÉS RÍOS (PAISA)
Tengo la desgracia de compartir cubículo en mi oficina con un costeño. Cada vez que abro un poco la ventana para que entre aire, el tipo me exige a gritos que la cierre, que se hiela, que está mamando frío. Yo no sé cómo serán las cosas en su pueblito costeño, donde todos se comen la letra ese al hablar (para no hablar de lo otro que se comen) y donde están habituados a ese horno infernal que tienen por clima, pero están incapacitados para una leve brisa capitalina como mi Dios manda, porque se tullen.
Me enferma su exigencia de que cierre la ventana. Y sus comentarios procaces y sus zapatos blancos y su acento displicente y sus justificaciones laborales en las que jamás capa un "ajá" o un "cógela suave". ¿Se puede vivir eternamente cogiéndola suave y pretender que nada malo le pase a uno?
Un colombiano que no haya sufrido de este mal simplemente no ha vivido en el país o es adoptado. Un costeño a 100 kilómetros a la redonda siempre implicará entablar querellas por exceso de ruido, olores que fácilmente pueden ser de chivo, un suero costeño rancio o, en algunos casos, el simple hecho de no bañarse con la estúpida excusa de que en la altura hace mucho frío.
Porque ajá, así son estos corronchos. Los que creen que todos los que nacimos del César para abajo somos cachacos. Vallunos, llaneros, santandereanos, vichadenses, todos estamos en la misma bolsa. Los que en lugar de hacer colada con maizena se la echan en la jeta en carnaval, los que ponen cara de palo para hablar a bocajarro de La Arenosa y el Corralito de Piedra (¿alguna fijación con los minerales
) en lugar de llamar a sus ciudades como se llaman; los que no trabajarían si no fuera porque toca. Perdón, estoy equivocado: los que no trabajan, así toque. Porque solo un costeño tiene la facultad de tomarse literalmente a Celia Cruz con eso de que la vida es un carnaval. ¿No era costeño el honorable congresista Raymundo Emiliani Román, el inventor de los "puentes festivos"?
Es que no hay nadie medianamente responsable en ese arenero barranquillero. En esa época que ellos llaman "carnestoléndica" (palabrita que no aparece en el diccionario de la Real Academia, valga decirlo), nada funciona. Nada está abierto, ni un colegio ni un banco ni una universidad. A uno tranquilamente lo pueden atracar o matar y no habrá autoridad ante la cual interponer el denuncio, ni hospitales que lo curen. Mientras el sargento de la Policía está jarto de ron en la batalla de flores, el médico de turno lidera la comparsa de El torito en la gran parada.
Ojalá la cosa fuera así tan solo en los cuatro o cinco días del dichoso carnaval: resulta que también tienen precarnavales en diciembre, y no paran sino hasta el miércoles de ceniza, es decir se maman olímpicamente del calendario cuatro meses por andar de fiesta (porque ellos no consumen sino que maman: maman ron, maman frío, maman cuadrúpedo asnal empleado tradicionalmente como bestia de carga...). Sumémosle a esa perdedera de tiempo la modorra postcarnaval, que no dura menos de un mes, y que se suma a las fiestas novembrinas en Cartagena y las Fiestas del Mar en Santa Marta. Eso, más los festivos y la Semana Santa, permite concluir que los costeños no trabajan más de seis meses al año. Pero eso sí, siempre en horario de embajada: martes a jueves, de 10:00 a.m. a 3:00 p.m.
Queda claro que para el trabajo no fueron hechos, pero hay que ver lo bravos que son para el dominó, un inteligentísimo juego de mesa en el que no gana el más hábil , sino el que revienta la mesa con mayor estrépito cada vez que pone una ficha. El juego se torna más saboroso si la mesa es ajena y si la partida (de dominó, y de la mesa también) se desarrolla en la cafetería de una universidad del interior.
Como si fuera poco, solo los costeños tienen la asombrosa facultad discursiva de incluir, cada tres palabras, una referencia al miembro viril, obsesión solo comparable con la de vivir de fiesta y evitar el trabajo. Se han preocupado por inventarle un sinfín de nombres a la ***************, desde el tradicional mondá, pasando por trola, picha, cotopla (con sus derivados cotoplina y cotoplín), guasamayeta, yaya y copa. Triste es verlos cómo se desencajan de la risa cuando alguien dice que viajó a Panamá en Copa o que el Real Madrid se ganó la Supercopa de España. Tal es su obsesión por aquello que el personaje central de los carnavales es la marimonda, que literalmente no solo tiene una mondá en el nombre sino en la cara.
Podría decir más, incluso voy a decir más. Yo no puedo confiar en una raza que no diga esquina sino "esnaqui", que se refiera a Estados Unidos como "la yunai", que no llame a la gente por su nombre sino con términos como "hey, ***************************", "hey, ***************************", "óyeme, cara e ***************" y que tenga la mala leche de, en carnavales, tirar agua y orines en bolsas de boli tipo Bon Ice.
Creo que el mensaje queda claro. Toda esta perorata tiene una finalidad: preguntarle con toda la delicadeza del caso a mi compañero de trabajo corroncho, y lo hago en los términos más costeños posibles, por qué carajos no hace la del caimán y se va para Barranquilla.
Contra los caleños
Por: NICOLÁS SAMPER (CACHACO)
No tengo nada en contra de la mayoría de caleños: muchos de mis buenos amigos son de allá y Catalina, mi novia, también es oriunda de Cali. Mi intención no es tener que cambiar de teléfono, ponerle vidrios polarizados al carro y verme obligado a firmar capitulaciones matrimoniales por este texto, pero sí hay algo que es ineludible: al toparse con cierta especie de caleño (a) jarto (a), uno se puede hacer acreedor de las llaves de la puerta del infierno, instalada en la sucursal del cielo.
Hay unos que son impotables y todo está basado en su ostentación fanfarrona. Tienen esas ganas de demostrar y demostrarse a ellos mismos que son más, no se sabe por qué. Algunos son gente divinamente de allá, otros no tanto, van al Club Colombia, adoran salir en www.caliescali.com, pero muchos de ellos parecen nuevos ricos. Se toman un trago y es a dárselas de Jorge 40 con sus congéneres, hacen chillar las llantas de su engallado Mazda 6 por la Pasoancho y revientan los oídos de la ciudad subiéndoles el volumen a sus estridentes equipos de sonido de donde salen desastres musicales como Bonka y Jorge Celedón. Además están listos para romperle la jeta al que, sin querer, les haga caer el gorro vaquero referencia Madonna que se ponen en sus enloquecidas cabezas cuando cabalgan con su mujer inflable por la Feria de Cali.
Este tipo de caleño (vamos a llamarlo homo eructus, porque es el hombre que eructa) a veces goza despotricando de los negros: siendo socios del Cali se ubican en el segundo piso del Pascual Guerrero no para ver fútbol, sino para putear a los negros que juegan en su divisa. Ya quisiera ver a ese troglodita gritando "negros ***************************s" en Santander de Quilichao, a ver si en realidad tiene cojones.
Si usted se cruza con un tipo de estos, haga la de Don Ramón: busque un pan, sáquele la miga y tápese las orejas. Es que parece que el homo eructus no comprende que los decibeles que maneja su tono de voz superan los límites establecidos. Si el DAMA los multara por el volumen de su voz, la entidad recibiría más dinero del que percibe Kuwait por venta de petróleo. Por eso es enervante verlos, jactanciosos, hablando a los alaridos y exhibiendo su "ropa de marca" (sacos en donde en la manga izquierda dice "Tommy" y en la derecha "Hilfiger" en letra arial, tamaño 86 o prendas Lacoste con un lagarto estampado que hace ver chico a Poncho Rentería.
Ese es su pecado: ufanarse y jurarse lo mejor. No, homo eructus, no lo eres. Mírate al espejo, votaste por Ricardo Cobo, John Maro Rodríguez y Apolinar Salcedo. Fíjate que muchas de las mujeres de tu tierra que, según Piper Pimienta, eran como las flores, hoy, por culpa de tus ganas de ostentar que la tuya está más buena, parecen flores de plástico, como esas azucenas artificiales que ponen en las funerarias, de tanta operación que llevan entre pecho y espalda.
Estás en contradicción permanente porque aunque te parezca inconcebible que una mujer tenga brasier talla 32 (algo natural) y la mandas operar para que parezca una holstein, tendrías el caradurismo de criticar a Fred Astaire porque "no baila con nuestro sabor". Pues amigo, no eres poseedor del "sabor". Tan no lo serás que te toca bailar con una muñeca de trapo amarrada a la cintura. ¡Oyes más a Jorge Celedón que al Grupo Niche! ¡Eres una vergüenza, homo eructus! Cali se vería tan bien sin ti.
Tuve un jefe así. Era la representación del homo eructus. Por eso sé tanto de esta peculiar especie. Lo único que le agradezco a él es que me mostró la diferencia entre los caleños buenos y los caleños malos.
VIVA COLOMBIA CARAJO
Contra los rolos
Por: ADOLFO ZABLEH (COSTEÑO)
¡Qué oportunidad, qué momento! Ya sé que van a decir que cuán miserable se tiene que ser para despotricar de la región que le ha dado de comer a uno durante quince años. Precisamente por haber mamado durante década y media de esa gran ************ que es Bogotá, puedo decir exactamente a qué sabe su leche.
Porque esa es la especialidad de la región andina: importar cualquier cosa que no dé la tierra. Igual no se les puede culpar por sus limitaciones; sabido es que la falta de oxígeno por causa de la altura produce taras irreversibles. A mí me gusta llamarles "cachacadas" y hay algunas inofensivas, mientras otras son sencillamente funestas. Vamos a ir in crescendo, como si estuviéramos haciendo un viaje de Barranquilla a Bogotá en carro.
Cachacada es ponerle a todo edificio, colegio o barrio nombre de árbol, pero siempre en plural: Los pinos, Los alcaparros, Álamos, Los robles, Cedritos (en diminutivo, más aberrante aún). El primer edificio al que entré en Bogotá se llamaba "Madrigal de las Altas Torres", era una sola torre y tenía apenas cuatro pisos.
Cachacada es que sean Bogotá y China los lugares del mundo donde más se utiliza la letra ch. Changua, chiras, chafarote, chinelas, chulavita, chupa, chiflamica, carachas, chirriado, chusco, filipichín, cachifo y chino hacen parte de un vocabulario mojigato que no acabo de entender. Al mal olor de la axila le dicen chucha, cuando chucha es la parte de la mujer por donde venimos al mundo.
Con ch también está el chupico, postre hediondo entre el menú de postres hediondos que comen en el centro del país: brevas con arequipe, casquitos de guayaba con queso, arroz con leche, merengón, repollitas de crema, milhojas, dulce de papayuela, postre de natas. Mutantes gastronómicos que han hecho de Cundinamarca y sus alrededores un pueblo mal nutrido pese a que come cinco veces al día: desayuno, medias nueves, almuerzo, onces y cena.
Se creen los paladines del idioma y no sé con qué derecho afirman hablar el mejor español del mundo. Les da miedo llamar a las cosas por su nombre, dicen pompis, busto y fote y se sonrojan cuando uno las llama por su nombre: ************, *************** y peo. Con el privilegio que les da haber nacido en la "Atenas suramericana" califican de "guisas" palabras como cabello, colocar, escuchar y pieza, todas expresiones correctas, pero se han dado licencia para inventar palabras y decir que algo es "una soda", que el gordo del curso es "una ceba", que el ex novio de la amiga es un "güevón", que dónde quedó el "esfero" y que oiga, usted "no se cole", cuando todos sabemos que el verbo colar se conjuga igual que el verbo volar.
Esa gente que trata al resto de los colombianos como si fuéramos arrimados en esta tierra es la culpable de que alguna vez haya existido el Plan 25 de Sam y que en las ciudades con mar haya hoteles con planes "todo incluido". Es que no se contentan con haber hecho de Melgar y Girardot una melcocha invivible. En las discotecas de esos dos pueblos se creó la costumbre de bailar merengue dándole vueltas a la pareja; no hay persona más corroncha que un cachaco corroncho.
El fútbol de la capital es capítulo aparte, comenzando por su estadio, El Campín, escenario feo y destartalado. En más de medio siglo Cundinamarca ha parido solo a Alfonso Cañón y Ernesto Díaz, y hoy sacan pecho por Andrés Chitiva, que es apenas un buen jugador. ¿Quién dijo que los chibchas juegan fútbol? De todas las regiones del país han llegado para mostrarles cómo se juega y el "Ballet azul" de Millonarios del que tanto se vanaglorian estaba conformado por diez extranjeros y un paisa.
Pero la tierra no es solo estéril en fútbol, también lo es en música. El mundo conoce a Shakira, Juanes, Carlos Vives, todos nacidos en cualquier lugar, menos en el altiplano cundiboyacense, accidente geográfico que le ha aportado al mundo ritmos como la guabina y el pasillo (la risa que me daría ver unos premios Grammy con La gata golosa como gran ganadora) y grupos de "tropipop" —que hoy están, pero mañana no sabemos— tipo Mauricio & Palodeagua, Fonseca y Sin Ánimo de Lucro, conformados por unos cachaquitos de estrato seis cuyo ancestro costeño más cercano es el tatarabuelo del primo segundo de la mamá del que toca el acordeón.
Se las dan de ser la capital porque los españoles que llegaron detrás del oro se asentaron donde el metal era más abundante. ¿De qué otra forma se explica que la ciudad más importante de la Conquista estuviera en un lugar tan inaccesible para la época? Y claro, se vanaglorian de tener ancestros en la Madre Patria, que tuvo la gentileza de mandar a estos lados lo peor de su sociedad y convertirlos en miembros de una realeza de segundo orden. Así, alguien que sea Ponce de León no tolera que le digan Ponce a secas (mi amiga Susana me va a matar).
Siempre han querido ser más de lo que son. Por eso juegan bridge en vez de dominó, les ponen a sus clubes nombres de otros que existen en Europa y construyeron sus aristocráticas casas al estilo inglés, con techos a la espera de nieves que nunca llegaron. Se quejan de la corrupción de los políticos costeños, pero los rolos llevan dos siglos desangrando al país desde los puestos más altos, y eso que les ha tocado administrar abundancia. ¿Qué tal si esos falsos dandis hubieran nacido en Haití?
Varias costumbres no me gustan de los cachacos, pero dos en especial me exasperan: que tomen gaseosa al clima (y que en algunos lugares cobren más por la fría que por la caliente) y que muchos de clase alta le digan al papá y la mamá "papá y mamá", capándole el artículo que debe precederlos. Explico mediante diálogo ficticio:
— ¿Puedo comerme ese chupico?".
— "Ni se te ocurra, lo hice para papá".
Una cosa sí les debo alabar: las mujeres. Yo no sería capaz de estar con una costeña, con una paisa, con una caleña, menos con una llanera. Me desvivo por las bogotanas. Son unas arpías calculadoras y muchas nacieron sin ************, pero me encantan (mi novia me va a matar y no sé si algún día vaya a querer casarse conmigo).
Contra los paisas
Por: JUAN ANDRÉS VALENCIA (CALEÑO)
Mis reparos contra los nacidos en Antioquia se deben, entre otras cosas, a que se parecen mucho a los frisoles que tanto les gustan: en medio de su berraquera son blandos como el grano y cuando se juntan en abundancia se "hogan" en su caldo de arribismo gaseoso. Y es precisamente esa falsa creencia de que son la última garra de la frijolada lo que más detesto. ¿Ejemplos? Muchísimos, como el hecho de hacernos creer al resto de colombianos que a ellos les iría mejor si se independizaran, según lo sugerían cuando impulsaron aquella estéril campaña de su Antioquia Federal.
Y la embarraron cuando decidieron colonizar el Viejo Caldas. ¿A quién se le ocurre esparcir semillas en un terruño feo, frío y faldudo? Semejante comportamiento, por supuesto, ya estaba dejando entrever la idea que ellos tienen de desarrollo urbanístico: ¿cómo pueden considerar emblemático al Edificio Coltejer, un bloque de cemento que simula tener una tienda de camping en el último piso y un poncho largo y desteñido que lo cubre? Además, es el colmo que se enorgullezcan de su ascensor acostado que moviliza a miles de paisas enlatados (la versión criolla de un tarro de Campbell's Mondongo) y, sobre todo, de la estación construida en el Parque de Berrío, justo encima de una escultura de Fernando Botero. Por simple ley de transitividad se debería cambiar ese muy común dicho de las tierras de Montecristo según el cual "yo soy tan paisa que nací en el Parque de Berrío", por el de "yo soy tan paisa que nací debajo del ************ fofo de una gorda de Botero".
Lo peor es que se exalten por un par de "paisas notables" en el exterior, como Juanes y Camilo Villegas. El primero es aclamado por letras tan profundas como "tu piel tiene el color de un rojo atardecer" y el mayor logro del segundo, nuevo arrendatario de la fama, es tirarse al piso como una lagartija al acecho y estar en el puesto 57 del ránking del PGA Tour. Pero bueno, ahí están los dos, dándose el roce internacional, solo porque siempre tiene que haber paisas en todos lados. ¿O a quién no le ha tocado en la universidad, en el trabajo o incluso en un partido de fútbol tener que aguantarse a un paisa que se cree lo mejor y a quien, en efecto, lo apodan "Paisa"? Porque esa es otra cuestión: siempre empiezan solos —"antioqueño no se vara", dicen ellos— y terminan multiplicándose como el ébola. Montan su empresita tiránica con mucho "éxito" y se dedican a fastidiar a quien no sea de allá o, lo que es peor, ni los contratan.
Claro que hay que reconocer que son buenísimos para formar todo tipo de instituciones: desde equipos campeones de copas libertadores, pasando por sindicatos antioqueños, hasta las temidas empresas de cobro. Y siempre las forman de manera vilmente contestataria, haciendo mucha bulla y dejando sus pechos colorados al descubierto. No de otra forma se explica su afán competitivo y de protagonismo a mansalva. El América de Cali lo estaba ganando todo en los años 80 y 90, y ellos crearon su rosca en la selección nacional y se la tiraron para siempre. Buenaventura siempre ha sido el principal puerto colombiano, pero ellos quieren construir uno mejor en Tribugá. Las caleñas son como las flores, pero ellos tuvieron que crear la cultura de la mujer ensiliconada y de acento sospechosamente inocente.
Podría seguir escribiendo mil razones más por las que los paisas se me hacen insufribles. Pero sí hay algo que no puedo dejar pasar por alto y es la tristeza de que los habitantes del norte de mi departamento también se crean paisas. Y a lo mejor lo son, pues sus genes los delatan: allá está enclavado el Cartel del Norte del Valle, de donde han salido los peores bandidos de los últimos años.
Contra los costeños
Por: ANDRÉS RÍOS (PAISA)
Tengo la desgracia de compartir cubículo en mi oficina con un costeño. Cada vez que abro un poco la ventana para que entre aire, el tipo me exige a gritos que la cierre, que se hiela, que está mamando frío. Yo no sé cómo serán las cosas en su pueblito costeño, donde todos se comen la letra ese al hablar (para no hablar de lo otro que se comen) y donde están habituados a ese horno infernal que tienen por clima, pero están incapacitados para una leve brisa capitalina como mi Dios manda, porque se tullen.
Me enferma su exigencia de que cierre la ventana. Y sus comentarios procaces y sus zapatos blancos y su acento displicente y sus justificaciones laborales en las que jamás capa un "ajá" o un "cógela suave". ¿Se puede vivir eternamente cogiéndola suave y pretender que nada malo le pase a uno?
Un colombiano que no haya sufrido de este mal simplemente no ha vivido en el país o es adoptado. Un costeño a 100 kilómetros a la redonda siempre implicará entablar querellas por exceso de ruido, olores que fácilmente pueden ser de chivo, un suero costeño rancio o, en algunos casos, el simple hecho de no bañarse con la estúpida excusa de que en la altura hace mucho frío.
Porque ajá, así son estos corronchos. Los que creen que todos los que nacimos del César para abajo somos cachacos. Vallunos, llaneros, santandereanos, vichadenses, todos estamos en la misma bolsa. Los que en lugar de hacer colada con maizena se la echan en la jeta en carnaval, los que ponen cara de palo para hablar a bocajarro de La Arenosa y el Corralito de Piedra (¿alguna fijación con los minerales
) en lugar de llamar a sus ciudades como se llaman; los que no trabajarían si no fuera porque toca. Perdón, estoy equivocado: los que no trabajan, así toque. Porque solo un costeño tiene la facultad de tomarse literalmente a Celia Cruz con eso de que la vida es un carnaval. ¿No era costeño el honorable congresista Raymundo Emiliani Román, el inventor de los "puentes festivos"?
Es que no hay nadie medianamente responsable en ese arenero barranquillero. En esa época que ellos llaman "carnestoléndica" (palabrita que no aparece en el diccionario de la Real Academia, valga decirlo), nada funciona. Nada está abierto, ni un colegio ni un banco ni una universidad. A uno tranquilamente lo pueden atracar o matar y no habrá autoridad ante la cual interponer el denuncio, ni hospitales que lo curen. Mientras el sargento de la Policía está jarto de ron en la batalla de flores, el médico de turno lidera la comparsa de El torito en la gran parada.
Ojalá la cosa fuera así tan solo en los cuatro o cinco días del dichoso carnaval: resulta que también tienen precarnavales en diciembre, y no paran sino hasta el miércoles de ceniza, es decir se maman olímpicamente del calendario cuatro meses por andar de fiesta (porque ellos no consumen sino que maman: maman ron, maman frío, maman cuadrúpedo asnal empleado tradicionalmente como bestia de carga...). Sumémosle a esa perdedera de tiempo la modorra postcarnaval, que no dura menos de un mes, y que se suma a las fiestas novembrinas en Cartagena y las Fiestas del Mar en Santa Marta. Eso, más los festivos y la Semana Santa, permite concluir que los costeños no trabajan más de seis meses al año. Pero eso sí, siempre en horario de embajada: martes a jueves, de 10:00 a.m. a 3:00 p.m.
Queda claro que para el trabajo no fueron hechos, pero hay que ver lo bravos que son para el dominó, un inteligentísimo juego de mesa en el que no gana el más hábil , sino el que revienta la mesa con mayor estrépito cada vez que pone una ficha. El juego se torna más saboroso si la mesa es ajena y si la partida (de dominó, y de la mesa también) se desarrolla en la cafetería de una universidad del interior.
Como si fuera poco, solo los costeños tienen la asombrosa facultad discursiva de incluir, cada tres palabras, una referencia al miembro viril, obsesión solo comparable con la de vivir de fiesta y evitar el trabajo. Se han preocupado por inventarle un sinfín de nombres a la ***************, desde el tradicional mondá, pasando por trola, picha, cotopla (con sus derivados cotoplina y cotoplín), guasamayeta, yaya y copa. Triste es verlos cómo se desencajan de la risa cuando alguien dice que viajó a Panamá en Copa o que el Real Madrid se ganó la Supercopa de España. Tal es su obsesión por aquello que el personaje central de los carnavales es la marimonda, que literalmente no solo tiene una mondá en el nombre sino en la cara.
Podría decir más, incluso voy a decir más. Yo no puedo confiar en una raza que no diga esquina sino "esnaqui", que se refiera a Estados Unidos como "la yunai", que no llame a la gente por su nombre sino con términos como "hey, ***************************", "hey, ***************************", "óyeme, cara e ***************" y que tenga la mala leche de, en carnavales, tirar agua y orines en bolsas de boli tipo Bon Ice.
Creo que el mensaje queda claro. Toda esta perorata tiene una finalidad: preguntarle con toda la delicadeza del caso a mi compañero de trabajo corroncho, y lo hago en los términos más costeños posibles, por qué carajos no hace la del caimán y se va para Barranquilla.
Contra los caleños
Por: NICOLÁS SAMPER (CACHACO)
No tengo nada en contra de la mayoría de caleños: muchos de mis buenos amigos son de allá y Catalina, mi novia, también es oriunda de Cali. Mi intención no es tener que cambiar de teléfono, ponerle vidrios polarizados al carro y verme obligado a firmar capitulaciones matrimoniales por este texto, pero sí hay algo que es ineludible: al toparse con cierta especie de caleño (a) jarto (a), uno se puede hacer acreedor de las llaves de la puerta del infierno, instalada en la sucursal del cielo.
Hay unos que son impotables y todo está basado en su ostentación fanfarrona. Tienen esas ganas de demostrar y demostrarse a ellos mismos que son más, no se sabe por qué. Algunos son gente divinamente de allá, otros no tanto, van al Club Colombia, adoran salir en www.caliescali.com, pero muchos de ellos parecen nuevos ricos. Se toman un trago y es a dárselas de Jorge 40 con sus congéneres, hacen chillar las llantas de su engallado Mazda 6 por la Pasoancho y revientan los oídos de la ciudad subiéndoles el volumen a sus estridentes equipos de sonido de donde salen desastres musicales como Bonka y Jorge Celedón. Además están listos para romperle la jeta al que, sin querer, les haga caer el gorro vaquero referencia Madonna que se ponen en sus enloquecidas cabezas cuando cabalgan con su mujer inflable por la Feria de Cali.
Este tipo de caleño (vamos a llamarlo homo eructus, porque es el hombre que eructa) a veces goza despotricando de los negros: siendo socios del Cali se ubican en el segundo piso del Pascual Guerrero no para ver fútbol, sino para putear a los negros que juegan en su divisa. Ya quisiera ver a ese troglodita gritando "negros ***************************s" en Santander de Quilichao, a ver si en realidad tiene cojones.
Si usted se cruza con un tipo de estos, haga la de Don Ramón: busque un pan, sáquele la miga y tápese las orejas. Es que parece que el homo eructus no comprende que los decibeles que maneja su tono de voz superan los límites establecidos. Si el DAMA los multara por el volumen de su voz, la entidad recibiría más dinero del que percibe Kuwait por venta de petróleo. Por eso es enervante verlos, jactanciosos, hablando a los alaridos y exhibiendo su "ropa de marca" (sacos en donde en la manga izquierda dice "Tommy" y en la derecha "Hilfiger" en letra arial, tamaño 86 o prendas Lacoste con un lagarto estampado que hace ver chico a Poncho Rentería.
Ese es su pecado: ufanarse y jurarse lo mejor. No, homo eructus, no lo eres. Mírate al espejo, votaste por Ricardo Cobo, John Maro Rodríguez y Apolinar Salcedo. Fíjate que muchas de las mujeres de tu tierra que, según Piper Pimienta, eran como las flores, hoy, por culpa de tus ganas de ostentar que la tuya está más buena, parecen flores de plástico, como esas azucenas artificiales que ponen en las funerarias, de tanta operación que llevan entre pecho y espalda.
Estás en contradicción permanente porque aunque te parezca inconcebible que una mujer tenga brasier talla 32 (algo natural) y la mandas operar para que parezca una holstein, tendrías el caradurismo de criticar a Fred Astaire porque "no baila con nuestro sabor". Pues amigo, no eres poseedor del "sabor". Tan no lo serás que te toca bailar con una muñeca de trapo amarrada a la cintura. ¡Oyes más a Jorge Celedón que al Grupo Niche! ¡Eres una vergüenza, homo eructus! Cali se vería tan bien sin ti.
Tuve un jefe así. Era la representación del homo eructus. Por eso sé tanto de esta peculiar especie. Lo único que le agradezco a él es que me mostró la diferencia entre los caleños buenos y los caleños malos.
VIVA COLOMBIA CARAJO