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APÁGUELO DESPUÉS DEL TERCER HERVOR
Sentir es un proceso interesante: primero está el hervor del veneno de la víbora que rápidamente pudre la sangre, luego viene la consciencia de la desintegración y el pánico se apropia de la mente.
Después viene lo bonito del cuento, la relajación, hundirse en el océano de la resignación total, dejarse llevar por la lentitud propia del torturador hacia aguas cada vez más negras y profundas, bajo el influjo de un sueño malsano en el que unos ojos brillantes indicaban el camino hacia la dicha.
El sentir sólo se manifiesta en el momento en que el cerebro interpreta la montaña de m.i.e.r.d.a. que le arrojan los cinco sentidos y la convierte en algo asible, palpable, que se riega por todas las terminaciones nerviosas en oleadas multicolores y multisabores. Estas oleadas rebotan de nuevo hasta el cerebro, pero llegan ya contaminadas por el viaje: aunque siguen siendo multicolores y multisabores, las identificamos como contaminadas bajo un único nombre, dolor.
Nada es gratuito. Hasta los nervios se desgastan en su función de llevar de un lado a otro esos impulsos eléctricos que un cerebro enfermo no puede decodificar correctamente y los transforma en el color contrario, o en una voz que surge de la nada, o simplemente, en una enorme verdad que nadie más puede ver.
Sentir es un proceso interesante: primero está el hervor del veneno de la víbora que rápidamente pudre la sangre, luego viene la consciencia de la desintegración y el pánico se apropia de la mente.
Después viene lo bonito del cuento, la relajación, hundirse en el océano de la resignación total, dejarse llevar por la lentitud propia del torturador hacia aguas cada vez más negras y profundas, bajo el influjo de un sueño malsano en el que unos ojos brillantes indicaban el camino hacia la dicha.
El sentir sólo se manifiesta en el momento en que el cerebro interpreta la montaña de m.i.e.r.d.a. que le arrojan los cinco sentidos y la convierte en algo asible, palpable, que se riega por todas las terminaciones nerviosas en oleadas multicolores y multisabores. Estas oleadas rebotan de nuevo hasta el cerebro, pero llegan ya contaminadas por el viaje: aunque siguen siendo multicolores y multisabores, las identificamos como contaminadas bajo un único nombre, dolor.
Nada es gratuito. Hasta los nervios se desgastan en su función de llevar de un lado a otro esos impulsos eléctricos que un cerebro enfermo no puede decodificar correctamente y los transforma en el color contrario, o en una voz que surge de la nada, o simplemente, en una enorme verdad que nadie más puede ver.