Ni el propio Mark Zuckerberg tenía ni idea de la que estaba montando cuando se sacó de la manga aquel Vota Mi Cuerpo para universitarios que fue el zigoto de Facebook, Facemash. Tampoco Jack Dorsey y sus compañeros en Odeo sabían lo que se les vendría encima tras aquella tarde en la que una sesión de brainstorming engendró el proyecto twttr, que desembocaría en Twitter. No se trata solo de dos éxitos comerciales: son parte de un paso más en la evolución de la comunicación humana, y además de ayudarnos a estalquear entre las fotos veraniegas de esa amiga de nuestra prima con una talla 110 sin que una orden de alejamiento nos lo impida, también han contribuido a cambiar el mundo. El ejemplo más elocuente: ¿alguien cree que sin redes sociales la Primavera Árabe habría aflorado de un modo tan fulgurante?
El mundo ha cambiado, y con él nuestra vida cotidiana. Esto es algo que las grandes compañías vienen observando, al principio expectantes, y ahora en una batalla encarnizada por ver quién se amolda mejor a los nuevos engranajes de la sociedad, quién saca más provecho a este par de nuevas vías. Lo hemos visto en todos los ámbitos del ocio la comunicación. Aquí arriba, de hecho, tenéis una barrita negra persecutoria que os abre todo un mundo de interacción social, una vida vibrante de éxito y sexo consentido a raudales. Las redes sociales han extendido sus tentáculos hasta el mismo límite de su alcance, que sigue creciendo día a día, pero hay quien está llevando todo esto demasiado lejos.
Con Wii U, Nintendo, tal como afirma John Cheese en un
artículo para Cra.cked sobre por qué está claro que la compañía ha demostrado en este E3 haber perdido la püta cabeza, ha visto lo extendidísimo que está Facebook y el proceso mental ha sido tan rápido como superficial: «Vaya, parece que a la gente le gustan las redes sociales, hagamos lo mismo con nuestra consola de videojuegos». Podría haber sucedido lo mismo con el porno, pero desgraciadamente no lo hizo. No obstante, ¿qué lógica tiene imponerle al usuario funcionalidades que nunca ha pedido?
Fijaos que digo "imponer" y no "ofrecer" por el simple motivo de que al encender nuestra Wii U cientos de familiares, amigos y perfectos desconocidos entrarán por nuestro salón a través de sus Miis e incluso podrán dirigirnos mensajes o hacernos dibujitos. Y cuando digo dibujitos quiero decir —este es otro tema en el que Cheese profundiza con su habitual lucidez— pollas. Pollas con pelo, pollas con semen, pollas sonrientes, pollas con piernas, pollas de todos los colores. Una oleada imparable de pollismo que nadie podrá detener.
Bromas aparte, ya no se tratará de abrir un menú y ver a qué juegan nuestros amigos o mandarles algún mensajito. Nintendo ha integrado lo social en la interfaz pero también en los juegos, obligándonos sin el menor reparo a relacionarnos o como mínimo leer las tonterías que alguien haya decidido que debía transmitirle al mundo. ¿Y si no necesito relacionarme? Estamos en la era de las nuevas tecnología, como les gusta decir en los telediarios, y hay cien mil formas de comunicarse. No necesito Whatsapp en mi batidora ni Twitter en el irrigador bucal, del mismo modo que no necesito estar comunicado y localizable mientras me relajo (o me emociono, o me frustro) jugando a la consola. La experiencia del jugador solitario que vive una historia como si leyera un libro ha sido magreada, si mis sospechas se confirman será violada y quizá a medio plazo le espere un viaje envuelta en plástico en el maletero de un coche hasta que le golpeen con un martillo y la arrojen a una cuneta. El decirle a tus amigos "hoy no salgo" para quedarte jugando perderá todo el sentido porque, lo quieras o no, vas socializar por huevos. Vaya si lo harás.
Seguro que muchos están entusiasmados con estas nuevas posibilidades de interacción social hasta el hastío, y es algo respetable porque al fin y al cabo forma parte del ocio de muchos. Pero hay otros motivos para dudar de esta decisión. Hasta ahora ya me sentía presionado para meterle mano al multijugador (más que premiar, el multijugador empieza a castigar a quienes no comulgan con él retirándole la posibilidad de completar los logros y, como dice Michael Thomsen en su ensayo
Will Work for Fun, le aliena forzándole a "trabajar en él" durante horas para dominar sus dinámicas y resortes, convirtiéndose en algo diametralmente opuesto a lo que para muchos es un videojuego: un viaje guiado, un experimentar las reglas que alguien ha puesto ahí para ti), pero al menos siempre tuve un refugio en la campaña. Salvo excepciones en que la integración de ambos modos redundaban en un simple complemento vivo y parlante a la experiencia individual, uno siempre ha podido apagar la luz, reclinarse en el sofá y penetrar en la propuesta como un apasionado submarinista lo haría en su paraje marino favorito. Porque la soledad muchas veces es parte de esa experiencia y el ruido de las motos acuáticas o de los turistas chapoteando rompen la magia que genera ese compromiso que contraemos con el desarrollador en el momento en que pulsamos start para empezar.
Con Wii U peligra el derecho fundamental a disfrutar del videojuego, quizá no como fue concebido, pero sí como se hizo popular y creció hasta convertirse en una poderosa industria. Con el "together, better" nos han transmitido la idea de que jugar en compañía es maravilloso, que es una forma de divertirnos sin perder de vista las necesidades sociales y familiares, sin ausentarnos virtualmente cuando cogemos el mando. Quizá sea ese uno de los motivos por los que el multijugador online estará algo desatendido en la nueva consola de Nintendo. Pikmin 3 fue la primera novedad para Wii U que apareció en la conferencia del E3, salió el mismísimo Shigeru Miyamoto a explicarnos los detalles del juego durante un buen rato, y eso es una prueba fehaciente de que el regreso de los bichitos multicolor es una de las apuestas más fuertes del catálogo first-party de salida para Nintendo. Quizá la más fuerte. Y no tiene online. De ningún tipo. Tras un montón de paparruchas que ni él mismo entendía, Miyamoto decía en una entrevista: «¡Pero el cooperativo local es muy divertido!»
Las abuelas llevan un lustro quejándose de que miremos las menciones en Twitter o consultemos el correo mientras les hacemos compañía. Las reuniones con amigos a veces llegan a un punto muerto en el que cada uno saca el móvil y se poner a dar likes en Pinterest o hacer check-in en Foursquare. Ese Alone Together que mencionaba el propio Satoru Iwata como un problema social a resolver por la vía del juego cooperativo perderá todo su valor en el momento en que Facebook, con su infinito caudal de banalidad, se adueña de nuestros más íntimos momentos de ocio en soledad. No, esos no; los otros, marranos. Aunque, bien pensado, si esta idea tiene éxito crea escuela, podemos darnos por jodidos. Literalmente.