Pero Rigoberto Urán, que es de pueblo, de fríjoles, de tajadas, de carne en polvo (molida), tiene una historia casi inédita. Fue medalla de plata en los Olímpicos de Londres casi en ayunas y sin mucho por hacer en esa carrera que era para los ingleses y que se empezó a perder antes de correr. Imagínense que la Federación lo mandó como a 50 kilómetros de la villa y no lo inscribió. Como “ahí no había nada que hacer” según los directivos, no le dieron sino unas tostadas y un café con leche de desayuno. No le aprobaron espaguetis ni carne porque supuestamente estábamos perdidos… ¿Qué cruel, no? Pues cuando llegó a la salida, “en la casa de mamá, en el palacio de Buckingham”, cuenta Rubencho, se dio cuenta de que no estaba inscrito y tuvo que arreglárselas, hacer la diligencia lo más pronto y recorrer “sin gasolina” más o menos 260 kilómetros trazados para el imperio británico que se suponía iba a ser el dominador absoluto.
Rigo así, casi en ayunas, enfrentando a semejantes monstruos ganó una medalla de plata. “Uno tendría que montarles un monumento a estos ciclistas, si contaran por las que realmente pasan en momentos en que los mismos directivos no creen en ellos y más bien piensan que participar en ciertas carreras es botar la plata. ¡Cómo les parece! “Pero resulta que con un colombiano uno no puede jugar así, porque en cualquier momento hace la hazaña”, dice Arcila.