De unos años hasta ahora, las críticas al mundo de los videojuegos se han centrado en dos frentes: los contenidos para adultos que pueden pervertir a nuestros queridos infantes y la adicción a los juegos online.
El primero se cae por su propio peso porque los videojuegos hace tiempo que dejaron de ser cosa de niños y queda en la responsabilidad de los padres el saber a qué juegan sus hijos y qué tipo de juegos deben comprarles. En el segundo frente de batalla es donde se ve el mayor problema. Veamos:
Es fácil encontrar ejemplos entre nuestros amigos que hablan de un número insano de horas jugando delante de la pantalla a títulos tipo WOW y demás. El problema de este tipo de juegos es que no tienen final. No tienen como base una historia con un principio, un desarrollo y una conclusión cerrada. En los FPS nos dedicamos una y otra vez a acabar con el enemigo en un bucle infinito y en los mundos persistentes a subir de nivel y a cumplir una misión tras otra que, cuando llegamos a un tope, son ampliadas con expansiones.
El carácter social de los mundos persistentes, algo que podría hacerlos aceptables para la gente de bien se viene abajo por el alto grado de adicción que suponen. Un jugador de WOW, cuando apaga el ordenador sabe que ese mundo sigue adelante sin él, lo que provoca la ansiedad de querer conectarse cuanto antes para seguir participando de ese mundo.
Sé que esto puede levantar ampollas entre los jugadores de este tipo de juegos pero sería interesante, que tanto unos como otros, empezáramos un civilizado diálogo compartiendo experiencias buenas y malas, distintos puntos de vista, si se ven identificados con lo descrito o si conocen personas que sí cumplen ese perfil.
Fuente: Ecetia.com