CAMBALACHE
Yo respeto, tú respetas… ellos engañan (29 de marzo de 2006)
En respuesta a un Cambalache sobre la Cienciología, mi admirado Andrés López reclama en forma cordial –hasta me llama “compadre”-- que él tiene derecho “a creer en lo que quiera”; que yo incurro en “falta de respeto” al criticar la agrupación que defiende; que estoy quebrantando “el siglo de la tolerancia” y que “por favor, basta, ya estuvo bueno”.
La queja de Andrés coincide con la de muchos otros creyentes –en la Cienciología, en el cristianismo, en el judaísmo, en Mahoma, en Júpiter--, que consideran profundo irrespeto cuestionar sus pareceres sobre este mundo y, especialmente, sobre el otro, aunque algunos de esos pareceres ofrezcan visos insólitos y, en ocasiones, risibles.
Hay quien pretende que toda creencia religiosa, aún la más absurda, esté vacunada contra opiniones ajenas. Si alguien anunciara que el mundo es plano, su opinión sería blanco de burlas y descalificaciones, por más que alegase el derecho a creer en lo que le dé la gana. Igual ocurre en materia política, económica, filosófica, fuentes de constantes polémicas y cuestionamientos. Pero al rozar terreno tan abstracto e irracional como la religión, algunos rechazan toda crítica por “intolerante” o “irrespetuosa”.
Esto ocurre, naturalmente, en sociedades civiles y laicas que confunden la tolerancia con la mudez. Porque en las teocracias islámicas, judías o cristianas impera la más absoluta intransigencia con quienes piensan distinto. Mahoma ordena a sus seguidores que acaben con los infieles; Cristo expresó: “El que no está conmigo, está contra mí”. Ninguno predicó ese respeto hacia los sentimientos religiosos diferentes con el que pretenden cohibirnos.
¿En qué debe consistir dicho respeto? En ningún caso puede ser el congelamiento de la libertad de expresarse, criticar y opinar que, tras arduas luchas, consagran los sistemas democráticos. Privilegio demasiado costoso se concedería a las religiones si contaran con el derecho a no ser contestadas, y se demolería un principio esencial de la democracia solo para demostrar tolerancia ante mitos y verdades no comprobables, como son las teológicas.
Es en ese terreno donde más se necesita la crítica, si recordamos las prédicas guerreras que muchas religiones esparcieron y esparcen por el mundo. La libertad de crítica debe incluir la posibilidad de ridiculizar e irritar. Como dice Rowan Atkinson (Mister Bean), salvo en materia racial –donde no juegan ideas, sino determinantes genéticos--, “El derecho a ofender es mucho más importante que el derecho a no ser ofendido”. Si alguien cree en una religión fundada por un cacique galáctico hace 75 millones de años, que lo crea. Pero que no se incomode si sonrío.
De acatar el tieso respeto a las ideas religiosas y el silencio reverente ante cualquier idea de supuesta inspiración divina que exigen algunos, tendríamos que aceptar el suicidio colectivo de la tribu de Jim Jones, la ablación de clítoris en las niñas africanas, el sojuzgamiento musulmán de la mujer, el lavado de cerebro de las sectas, el repudio de los Testigos de Jehová a las transfusiones de sangre, la creencia católica de que el acto sexual con preservativo conduce al infierno, los ataques de la Cienciología a la medicina…
Digo todo lo anterior para manifestar mi desacuerdo con la corrección religiosa, metástasis metafísica de la corrección política. No golpearé ni mataré a quien crea en otro dios (muchos fanáticos sí lo harán), pero resistiré todo intento de que esos valores se vuelvan obligatorios en la sociedad, o que el Estado los acoja o que pretenda castigar la blasfemia o el agravio a los creyentes. Y es que, estimado compadre Andrés, considero importante la libertad religiosa, pero aún más necesaria la libertad de criticar y cuestionar las religiones y las engañifas asimiladas a ellas.